martes, 5 de febrero de 2013

El día más largo.


 Un cuento que escribí hace un tiempo.

No están mis padres. Pienso en todas las personas con las que nunca voy a estar. Pienso en todas las personas que les gustaría estar conmigo, pero nunca lo estarán. No son muchas, río. Leo. Tomo un poco de té.  Leo un poco más. Pienso en el hecho de que no hay otras personas que escriben historias, e incluso si las hubiera, no serían probablemente las personas con mayor probabilidad de ser publicadas. Buscó para hacerme café. Preparo café. Beber en exceso mucho café. No hay más en la jarrita. Pienso en el hecho de que yo soy, posiblemente, técnicamente, hipotéticamente, el mejor escritor del mundo. Asiento con una falsa satisfacción. Sostengo la taza vacía. Pongo la taza en el contenedor azul. Considero la posibilidad de la inutilidad de dicho contenedor azul. Abro la ventana, miro alrededor, tiro la jarrita de café vacía en... Algo. Cierro la ventana. Abro la ventana. Desbloqueo todas las puertas. Abro todas las puertas. Pienso en los animales, las personas que van de allí para no-allí, y cómo, incluso en una habitación vacía, se puede sentir los ojos de algo o alguien mirándote. Especialmente en una habitación vacía. Pienso acerca de cómo mi mundo entero está ahora esencialmente en un cuarto vacío gigante. Estremecimiento. Cierro las ventanas. Cierro las puertas lo más silenciosamente posible. Bloqueo las puertas. Bloqueo las ventanas. Presiono los muebles delante de las puertas. Sacudo la cabeza y río un poco. Lloro en mi cabeza. Me saco el sombrero. Pienso que con el sombrero, nadie me puede leer la mente. Me doy cuenta de lo vulnerable que soy a las miradas. Veo la aureola de polvo que se deja, ahora que los muebles han sido movidos.  Muevo las almohadas y pongo una manta en el suelo. Tiro el sombrero a la distancia. Trato de ir a dormir. “Levántate Lázaro y anda” -me dije. Miro por la ventana a través de las persianas. Trato de decidir qué sería peor: ver la nada, ya familiar, que estaba allí cuando tiré la jarra, o ver algo que luego resulte ser nada. Decido cerrar las cortinas y procedo a silbar. Miro el empaño que queda en el cristal. No estaba bien tapado por las cortinas. Mi guitarra está lejos. No siento ganas.  No hay internet. Maldigo. Maldecir. No es como si me importara si no hablo con ella. Llevo las almohadas y mantas arriba, junto con un  cuchillo de la cocina. Pongo el cuchillo bajo la almohada. Pienso en una escena en la que me defiendo de un ataque en mi cama. Poco probable. Me doy cuenta de lo estúpido que yo sería si mientras duermo, al moverme me corte. Coloco el cuchillo en la mesa de luz. Me acuesto en la cama. Pienso en lo poco que realmente sé acerca de primeros auxilios. Pienso en todas las personas que han estado en la habitación conmigo y ahora simplemente son la nada. Necesito música para distraerme. No puedo. Trato de no llorar. Llorar en mi mente no es llorar. Muevo las cosas de la cama al armario, junto con el cuchillo y una linterna eléctrica. Decido que voy a apagar la luz pronto. Escuchar. Escuchar. Escuchar. No se oye nada. Conciliar el sueño. Son todos iguales .El sueño de descubrir algo que no deberías. Grito. Sólo se escucha mi respiración violenta que lentamente se calma. Todo en silencio. Esperando... algo. Me despierto gritando de nuevo. Pienso en lo fuerte que era el grito. Escuchar. Escuchar. Sostengo el cuchillo con fuerza. Escuchar. Dejo el cuchillo. Tiro una manta sobre mí mismo. Calma falsa. Es mi otro santuario. El primero se está desmoronando…

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